Vaya por delante antes de que se me fría a
comentarios punzantes, que este artículo lleva una buena dosis de autocrítica
incluida, ya que yo, como usuaria ferviente de las redes sociales y adicta a
Internet en general, caigo, he caído o caeré en muchos de los comportamientos
aquí descritos.
Diré que ante todo, soy más
usuaria de Facebook que de Twitter, que son las únicas redes sociales que
utilizo regularmente. Me apunté al Google plus pero a fecha de hoy, sigo sin
verle la gracia y lo mismo me ha pasado con Linkedin, una red supuestamente
profesional pero que a mí, no me ha aportado nada en ningún sentido y por
supuesto no me ha dado trabajo.
El caso es que uso más el
Facebook por varias razones:
La primera es que visualmente me
resulta más atractiva, las imágenes aparecen al momento sin tener que pinchar
para abrirlas, los perfiles son más fácilmente cotilleables para ver las fotos
y preferencias de los demás y la gente, por regla general, hacemos comentarios
menos idiotas, no sé si esto es debido a que se puede uno explayar más.
Aún siendo usuaria bastante
activa de Facebook, reconozco que hay patrones que ya me están empezando a
cargar un poco de esta red, como por ejemplo esa moda que hay ahora de colocar
la foto de Gandhi o de la Madre Teresa y a continuación una frase que pretende
ser profunda, a veces del tipo de “Colchón Flex, entran dos y salen tres”, que
si la pobre Madre Teresa levantara la cabeza y viera que se la han atribuido le
daba un yuyu.
Compartir contenidos y enlaces de
interés está muy bien, pero creo que no es de recibo, por ejemplo, que se tomen
la molestia de leer una actualización de estado como “ Tengo un grano en la
nariz del tamaño de Cuenca y he quedado para cenar con un tío macizo” y las
personas que lo leen a las que, literalmente les estás gritando pidiendo ayuda,
se limiten a pinchar en “me gusta”.
¿Qué es lo que te gusta hij@, el
grano en la nariz, que el tío vaya a salir corriendo, que no me haya contestado
ni el tato? ¡Destructores! Lo que se requiere en estos casos en una frase del
tipo paños calientes ea, ea, sana sana culito de rana: “Seguro que no se nota
nada y lo vas a pasar muy bien” o en su defecto un remedio casero de la abuela
que te lo quite. O directamente cállate: si ahora tuviera a mano una foto de Gandhi
pondría al lado: “si no tienes nada bueno que decir sobre los granos ajenos,
mejor no digas nada” y la subiría al Facebook, seguro que me la comparte más de
un@.
Con las redes sociales también he
descubierto que además de por lo grande que sea tu coche o lo pequeño que sea
tu móvil, hay gente que ahora tiene medido el tamaño del pene directamente
proporcional a la cantidad y “calidad” de amigos que tienen en las redes
sociales, y por si alguien pasa tres pueblos de ponerse a cotillear en su lista
de amigos, ya se encargan ellos de mencionarlos cada dos por tres para que
quede constancia de que les está siguiendo un deportista o actor que a lo mejor
ni siquiera es él sino algún “contratao” que seguramente hace lo mismo con los
que le siguen a su vez, pura inercia.
Otro tema es el de Twitter, como
admite tan poco texto, la mayoría de usuarios se limita a poner cosas del
estilo de: “ Cansado, me voy a la cama”, “ Comiendo un chuletón” o “Tengo
hambre pero no me gustan los garbanzos” ¿Qué decir a eso cuando ni siquiera
tienes un botón de “me gusta” que te saque del apuro? Pues yo en mi caso, me
digo para mí misma “Qué gilipollas y a mí que me cuentas” y paso palabra.
Pero lo que me deja ya de piedra
caliza, es el egocentrismo descomunal de algunos usuarios que a juzgar por los
tuits y las actualizaciones de estado que se gastan, se ve que tienen como
sueño húmedo protagonizar un reality de esos de Paris Hilton o Alaska y Mario,
en los que todos los demás humildes usuarios seguimos con adoración sus
problemas para ir al baño, sus dietas sus idas y sus venidas. Algunos incluso
me dan un poco de miedo, con todos los asesinos en serie, ladrones y violadores
que hay por el mundo y tienen instaladas ingeniosas aplicaciones geográficas
que nos muestran cada día y al detalle por donde van a correr (incluso los kilómetros que se hacen y las calorías que
consumen. No, no es coña), la ruta que hacen para ir a trabajar, donde está su
casa, donde están de vacaciones e incluso el restaurante donde están cenando en
ese momento con la dirección y coordenadas GPS incluidas... ¿Por qué? ¿Tendrán
en su corazoncito la secreta esperanza de que en cualquiera de esas
actividades, cualquier día tome nota algún cazatalentos, tío bueno o mujer
maciza, o millonario a punto de palmarla y se presenten delante de él o ella
para ofrecerles el estrellato, para arrancarse la ropa y pedirles que les haga
suy@ o para donarles toda su fortuna por guap@ e ingenios@? No, yo más bien
creo que, simplemente, instalados en nuestro poquito de orgullo, soberbia y
egocentrismo del que todos estamos dotados, no podemos resistirnos en
ocasiones, a exhibir ante los demás lo que pensamos que tenemos de bueno en
nuestra vida, normalmente cargada de rutina.
Luego y ya para terminar, está el
deleznable caso de los cotillas profesionales, vouyers descarados que se registran, te piden
amistad y nunca más vuelves a saber de ellos, ni ponen fotos ni escriben nada.
Esta raza de garrapatas cibernéticas, suele estar compuesta por: antiguos
compañeros de colegio con los que en su día ni siquiera te hablabas, amigos de
amigos de amigos que han visto alguna publicación tuya y les pica la curiosidad
por cotillearte las fotos y las páginas a las que estás suscrito y luego se
quedan ahí, en una especie de limbo, haciendo bulto y quizás incluso algún
Aníbal Lecter en potencia que te está realizando el seguimiento antes de
atacar, mi consejo: desactiva el localizador GPS y déjate de mapas, no vaya a
ser que algún día salgas publicado, pero en vez de en Facebook en El Caso.