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martes, 15 de mayo de 2012

Aquellos maravillosos años

Llevo unos días con mucha nostalgia de mi juventud. El motivo, es que he encontrado en las benditas redes sociales, un grupo llamado “recuerdas cuando en Sanse y Alcobendas había marcha”, que aglutina a un puñado de personas, deduzco que estamos entre los treinta y cinco y los sesenta años, que vivimos toda una época de marcha y proliferación de locales de ocio que se dio entre finales de los ochenta y la década de los noventa en mis pueblos de origen.
Bien, pues resulta que ésta gente dispone de abundante material fotográfico de la époc., Yo ya he reconocido a algunos amigos y conocidos de entonces. De hecho, mi amiga X y yo, que hablamos del tema por teléfono (reconozco que le hice unas capturas de fotos de gente conocida para que las viera y luego le llamé por teléfono) y nos pasamos un buen rato criticando lo gordo que estaba uno, lo calvo que estaba el otro y lo dejada que estaba la de más allá, el pelo cardado de aquella, y también, nos confesamos nuestro temor a aparecer retratadas cualquier día en la susodicha página (ya ha sucedido, pero me llevaré la foto a la tumba).
La cuestión es que, a raíz de éstos acontecimientos, el otro día estaba yo meditando en la terraza entre los geranios floridos, repasando la forma de divertirnos que teníamos entonces, sobre todo los primeros años. Llegué a la conclusión de que todo se paga en esta vida y que de aquellos barros estos lodos, este colesterol, estos kilos de más, este azúcar alto y todo eso que le pasa a una persona cuando cumple más de cuarenta y pretende comportarse como si tuviera veinticinco. De hecho, ahora las resacas te duran tres días y eso que bebes vino medio bueno, que si te bebieras el del añorado “Tío Perejil” te ibas al hoyo directamente.
¿Qué quién es el “Tío Perejil”? Tranquilos que yo os lo cuento. Cuando empezamos a salir y durante muchos años, uno de los sitios de ocio con mas éxito del lugar era una taberna llamada “El tío Perejil”, regentada por un señor mayor que daba nombre al local, y en ocasiones alguno de los hijos o la mujer.
El secreto de su éxito era el llamado “vino de cosecha propia”, que no era otra cosa más que un vino peleón que fabricaba el propio tío en el patio, en unas barricas roñosas pero con lujo, que lo tenía dulce y seco, y que costaba baratísima la botella, eso sí, con una botella que te bebieras te pillabas una castaña que salías a gatas.
La cuestión es que por todas esas cosas que he enunciado anteriormente, el local estaba siempre lleno de gente que antes de irse a las discotecas de moda, quedábamos ahí para bebernos una botellita y entonarnos, ni siquiera nos desanimaba la leyenda urbana que decía que al vino le tiraba gatos dentro para darle sabor. Si se trataba de ir alegre por poco dinero ¡Quien dijo miedo!.
El local en sí daba pena verlo, por dentro era cómo una tasca típica, con carteles taurinos y tal, pero las mesitas y los taburetes tenían tanta grasa que cuando ya te habías tomado dos vasitos de vino, (vasos que el hombre cogía sucios de una mesa, los pasaba por el grifo sin restregar ni nada y a la mesa siguiente) te ibas resbalando para el suelo lentamente. O el “baño”, al que se accedía cruzando un patio lleno de maleza (oscuro) y que era cómo una cuadra, dentro estaba el típico agujero...Imaginaos a las tres de la mañana cuando ya han pasado unos cuantos borrachos cómo estaba el tema...
Antes de llegar al water en cuestión, en medio del patio, había cómo un pequeño piloncito de piedra que la gente acabó llamando “el potadero”: no creo necesario, a estas alturas, explicar por qué...
Pues bueno, todo eso lo disfrutábamos sin que se nos cayeran los anillos, y mira, luego nos íbamos con el puntillo a la discoteca y tan monas.



Eso sí, en plena madrugada tocaba el resopón: ¿ Y donde tomarte algo que te asiente el estómago sin arruinarte? En los perritos:
Los perritos, como su propio nombre indica, no era más que un local que no había visitado una inspección de sanidad jamás, os lo aseguro.
Un local pequeño con un mostrador de cristal. Detrás del mostrador un hombre gordo con un delantal blanco comido de manchas, las uñas no las recuerdo, se ve que tengo memoria selectiva. Dentro del mostrador, dos fuentes: una con tortillas de patata pequeñas y otra con hamburguesas [...]. Al lado, un cacharro de esos de hervir salchichas lleno de ellas y encima del mostrador una botella de dos kilos de ketchup y otra de mostaza, si querías mayonesa te la sacaban de dentro. A cincuenta pesetas el perrito y a cien la hamburguesa de  “carne” o de tortilla. No, no sé de que era la carne de las salchichas y tampoco si se podían visitar las granjas de donde se sacaba la carne de la que hacían las hamburguesas, nunca se me ocurrió preguntar si eran de ternera o de Pekinés y tampoco sé si las tortillas se las hacía el lunes su mujer y las ponían en la vidriera hasta que llegaba el fin de semana, entonces no me importaba y ahora no quiero ni pensarlo. No diré nada más que estaba siempre a parir y hasta donde yo sé, todos vivos.
En fin, que lo que no mata engorda y así nos luce el pelo, los que no consiguieron fastidiarse el hígado con el vino del tío perejil”, ahora estamos más finos y probamos a ver si nos revienta con la Dukan o a base de riojas. ¡ Qué nos gusta un martirio!


Nota al pie: todas las fotos que ilustran este artículo son reales y pertenecen al local "El tío Perejil" en San Sebastían de los Reyes.

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