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domingo, 29 de agosto de 2021

Que nueve años no es nada...

Amigos,
me llena de orgullo y satisfacción...
Me parece que en los tiempos que corren, comenzar con esta frase no seria un buen augurio, así que lo dejaremos en que 9 años, una hija, varias mudanzas y algunos trabajos después, retomo El palomar, antaño fuente de muchas y muy diversas satisfacciones.
Que mejor manera de hacerlo que con un post veraniego y criticón. Lo fácil habría sido lanzarme a analizar la pandemia que padecemos, el tema de las mascarillas y sus distintas versiones para llevarla:
colgando de una oreja a modo de pendiente, sujetándonos la papada, con la nariz asomada a la ventana, o sea, justo por debajo de esta...

O también, las ridículas situaciones que provoca el tema de la distancia de seguridad, por ejemplo en el supermercado, la manía que tienen los cajeros de empezar a pasar los productos del siguiente cliente mientras tu haces malabares para darle la tarjeta de socio, pagarle y guardar la compra. Mientras, el pobre cliente de detrás que no quiere acercarse, observa impotente desde la distancia cómo sus productos se van acumulando al otro lado, lo que supondrá que cuando ya termine el tendrá que correr para darle la tarjeta, pagar y  guardar su compra antes de verse invadido por lo del siguiente...
Como veis, podría extenderme en este tema, pero quiero analizar hoy, en nuestro reencuentro, unos lugares que siempre me han llamado poderosamente la atención en todos mis viajes por carretera y que seguro que tod@s habéis visitado alguna vez:
las áreas de descanso. Esos lugares misteriosos y atemporales en los que todo y nada sucede. 

Tras desviarte de la carretera general, llegas a un lugar en medio de la nada, donde se ha eliminado todo vestigio de vida salvo la gasolinera mas o menos cochambrosa y la parte del bar/aseos/tienda de sobaos, quesos, miguelitos.
Uno siempre piensa que al bajar del coche, igual se abre la puerta y se llena el parking de zombies o entra en el lugar y todos los clientes y empleados resultan ser vampiros, el ambiente es propicio.
Tu ya, normalmente, vas en un estado vulnerable, con las piernas dormidas, los labios resecos y haciéndote pis. Te bajas del coche en esa explanada desértica y caminas como las muñecas de famosa hacia las puertas del lugar.


Una vez dentro, como se esta fresquito y ya se te han encajado las articulaciones de las caderas en su sitio, te animas un poco y te diriges a los baños, como primer paso de tu recuperación total. 
Suelen ser amplios, con bastantes wc, pero claro, no podía ser tan sencillo:
El primero esta embozado de papel, el segundo vamos a dejarlo en embozado a secas sin entrar en detalles, el otro esta encharcado, y el que queda está ocupado. Cuando por fin se abre la puerta, sale una señora de 70 años con cara de circunstancias, tu ya solo te repites:
- Por favor, que no haya cagao...
Una vez cubierta la necesidad numero uno, toca la necesidad numero dos: el avituallamiento.
Un buen refresco y algo de comer traducido en da igual la hora que sea pero tengo que meterme un bocadillo de lomo entre pecho y espalda si o si.
Los camareros de este tipo de negocio a mi me producen tristeza. No se por qué.
Antes solían ser solo hombres, entiendo que por la lejanía y los horarios de dichos establecimientos y había dos tipos claramente diferenciados:
Los "adisgusto" tipos callados, ojerosos y con mal color, te atendían con desgana y pocas palabras y se notaba claramente que preferían estar en cualquier otra parte. A estos les pedias la coca cola y el bocata y les pagabas rápido, poco contacto.
Después estaban los "voceadores" que eran justo todo lo contrario. Llegabas tu a pedir con una cola enorme detrás y después de hacerlo bajito y con todo el disimulo, el tipo lo cantaba:
- Dos Coca-Cola Zero y dos bocatas de panceta con pimientos!!!! diez con cincuenta!!!!
Hala, ya sentías todas las miradas en tu espalda como diciendo: la Zero será pa rebajar....
Afortunadamente ahora ya, las mujeres nos hemos incorporado a estos y otros empleos y todo ha mejorado sensiblemente.


Una vez resucitados, no solemos tener bastante con esto y tenemos que pasar por la tienda. Aquí los miguelitos o los sobaos son imperdonables y también caen unas patatas fritas "pal camino".
Conclusión, sales del lugar a encajonarte en el coche balanceando la bolsa con un aire digno y la vista al frente, no vaya a ser que tu mirada se cruce con la de alguno de la cola anterior que esté pensando al verte:
- Si hija, si. Que no me entere yo que ese culito pasa hambre...
Después, carretera, dejando esos lugares curiosos, tan muertos y tan vivos al mismo tiempo, olvidados para siempre.
En fin amigos, que son muchas las anécdotas y curiosidades que espero volver a contaros periódicamente, en esta, nuestra atalaya.
¡Que alegría volver al palomar!

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