Ya tenía yo ganas de dedicar una entrada en este
observatorio, templo de la actualidad a pie de calle, a la moda masculina que
se está perpetrando últimamente y que, la verdad, me tiene desconcertada como
mínimo.
Yo siempre he sido partidaria de
la metrosexualidad bien entendida, esto es, siempre me ha parecido
tremendamente injusta la esclavitud estética a la que nos han sometido y a la
que nos hemos sometido voluntariamente las mujeres: que si tienes que estar
depilada, que si el pelo teñido, cortado y moldeado al ultimo grito, que si la
ropa actualizada con las ultimas tendencias, un sin vivir.
Más injusta todavía me parecía la
osadía de muchos hombres, que sin ser ellos iconos de la belleza y el glamour
masculinos precisamente, se han permitido el lujo toda la vida de criticar y
exigir abiertamente a la mujer que se mantuviera perfecta dentro de los cánones
belleciles. Qué churri que se precie no ha pasado alguna vez la mano por la
espinilla de su mujer y le ha comentado en tono cariñoso, eso sí:
— A ver
si te depilas cariño, que ya pinchas
O qué novio o amigo de confianza
no ha pellizcado “cariñosamente” la cintura de alguna mujer de su entorno y le
ha dicho en tono de broma:
— Uy
¿qué es esto que tenemos aquí? Las cervecitas, je je.
Mientras, el susodicho luce con
orgullo barriga cervecera o unas lorzas que ríete tú de la panceta ahumada de
la charcutería de la esquina, eso sin contar que cuando levanta el brazo tiene
bajo el sobaco la selva negra o el amazonas, según.
Vamos señores, vamos, no tengan
vergüenza en admitirlo, si no me parece mal que una persona tenga que cuidarse
sea hombre o mujer. Que un señor se eche sus cremas, se cuide en el gimnasio o
siga la moda no me parece mal en absoluto ¡ya era hora! Lo que me tiene
preocupada de un tiempo a esta parte es el cariz que está tomando el tema de la
moda masculina.
Lo que primero despertó mi alarma
fue la visión de un tipo caminando delante de mí con los pantalones a mitad del
culo. En el rato que le tuve en mi campo visual se me agolparon las preguntas:
¿Para qué se pone un cinturón, de
adorno? Una inutilidad si llevas los pantalones caídos a medio culo ¿Llevará
una plasta de verdad en la bolsa de pantalón que se le forma? El olor no
llegaba hasta mí, tengo que decirlo, pero nunca se sabe, que ahí cabían muchas
cosas: la cartera, la bolsa de plástico del supermercao, el móvil, el bote de
gomina, que sé yo...
¿Si sigue andando se le acabarán
cayendo hasta los tobillos y tendré que ver esos calzoncillos de abuelo en su
totalidad? Porque esa es otra, chiquillo, si vas a enseñar los gayumbos más de
la mitad, ponte unos en condiciones, modernos, bonitos, no te pongas los
abanderado blancos de tu abuelo y encima tres tallas más grandes que se te
quedan hechos un reguño en la cintura... Por lo menos estaban limpios, blancos,
eso sí.
Después de dos tropiezos
similares con jóvenes luciendo semejante look, me llegó el shock total: los
tíos con escote.
Pero no hablamos del escote de un
jersey de punto de cuello en pico, no. Estos también me horripilan, pero son
tolerables. Los escotes de los que yo hablo, llegan prácticamente hasta el
ombligo. Bien sea en pico o en forma de media luna, los escotes masculinos se
ensanchan sobre unos pectorales tan trabajados que a veces los que los llevan
tienen más tetas que yo. Semejante atentado al buen gusto suele ir acompañado
de un moreno de rayos UVA, cuando no auténticos chorretones de autobronceador y
cantidades industriales de gomina y aceite corporal.
Y digo yo, ¿es preciso ponerse
como un mamarracho para ir a la moda? Con la camiseta pegada y escotada, los
pantalones cagaos, el pelo pringoso de gomina, un collar de colmillos de
elefante y unos pendientes como ruedas de camión, está visto que a los hombres
modernos de hoy nadie les enseñó eso de que menos es más.
Y creo que la culpa de todo esto
lo tiene la televisión, para variar. Yo que soy bastante ecléctica en mis
gustos televisivos, he visionado algunos programas de los que sospecho que
pueden salir ciertas modas, para comprobar si se trataba de un hecho aislado o
estamos ante algo que, al igual que Ángela Merkel, ha llegado a España para
quedarse e invadirnos ¡horror! Me pongo a ver uno de los programas del que,
según me cuentan mis fuentes, sale esa moda que padecemos y que se llama
“Mujeres y hombres y viceversa”.
Después de quedarme de piedra con los
exponentes de la belleza masculina y femenina y oírles hablar, eso fue casi lo
peor, sale un tío llorando con mucho sentimiento diciendo que él es más que un
cuerpo y que nadie le entiende, entonces aparece para consolarle el tal Rafa
Mora, ídolo de escotados y cagados de pro y salido del mismo programa y que le
anima describiéndole el universo de tías abiertas de piernas y miles de euros
al que va a tener acceso sólo con levantarse la camiseta y enseñar “la tableta”
en una discoteca. Con el mozo ya más repuesto del disgusto, el tal Mora se
dirige a la cámara y se pone a filosofar:
"La gente piensa lo
que dice, yo digo lo que pienso, es uno de mis secretos" y ya embalao y entre risas: "¡Cuánto daño he hecho a
esta juventud!”
Y a los hombres, Rafa y a
las mujeres... ¡Si Cary Grant levantara la cabeza!
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