Con el incansable reloj biológico marcando el paso de
nuestras vidas, hemos conseguido superar sin consecuencias catastróficas la
primera fase de las fiestas navideñas. En concreto, esa en la que existen
varios factores de riesgo por lo que la noche (en teoría) buena, puede
convertirse en una noche regular, mala e incluso fatal, para que nos vamos a
engañar. Las variables que pueden transformar la noche en familia por
excelencia en un infierno, son las siguientes:
·
El exceso de comida: de todos es sabido que aunque en
nuestra vida diaria ya no falta el cordero, ni el marisco, ni el besugo, y que
tenemos la facultad de darnos un atracón cuando nos salga de las narices, la
noche de nochebuena es tradición ponerte como el tenazas si o si. Me viene a la
cabeza esos sofás acogiendo nuestros cuerpos repletos tras la cena y esas manos
que aún se siguen llevando a la boca ahora un mazapán, ahora una peladilla,
mecánicamente casi de manera inconsciente y remojándolo todo bien en cava, “pa
empujarlo”. Este hecho, normalmente, sólo tiene consecuencias en la báscula
(que no es poco), pero en ocasiones desemboca en algún cólico que otro, dos
días de empacho o incluso estreñimiento en los casos mas graves. Además y como
daños colaterales, una nevera llena de restos de queso, bandejas de fiambres
resecos, carnes y mariscos de las cuales tienes que seguir comiendo hasta
nochevieja (después de haber vendido un riñón para comprar comida para media
humanidad y dar por el saco al envidioso de tu primo no lo vas a tirar) y gente
yendo a comprar al día siguiente con el carro para traerse “algo de fruta y
unas cosas que me faltan, que vienen muchos días de fiesta”, la postguerra en
ese sentido, también ha hecho mucho daño a este país.
·
Las gripes repentinas: no se sabe muy bien por qué,
aunque los expertos creen que puede ser debido a que es en Diciembre cuando
verdaderamente arrecia el frío, mas de un@, cuando ya se las prometían muy
felices, ha visto reducida su nochebuena a meterse en la cama con un caldito y
una tortilla de paracetamol.
·
Las eternas rencillas familiares: esas que permanecen
todo el año en barbecho y que hacen que esa noche se espere con la misma
tensión que el primer debate de Aznar y Felipe González, que alguno creía que
se iban a terminar cogiendo de la pechera en vez de tirarse pullas
educadamente, que es lo que normalmente se hace en nochebuena. Y si al final
nos inunda el espíritu navideño y no lo hacemos, al día siguiente nos repetimos
unos a otros: todo salió muy bien, como si hubiésemos atravesado un campo de
minas sin consecuencias.
·
El mensaje del rey: algo absolutamente trasnochado y
patético, que todo el mundo se traga y comenta al día siguiente no se muy bien
por qué, ya que diga lo que diga ese señor se nos ha olvidado a la media hora y
no tiene consecuencias de ningún tipo, aún a pesar de eso, tenemos que seguir
sufriéndolo en los telediarios y periódicos del día siguiente.
El caso es, que cubierta la “operación nochebuena” sin mas
consecuencias que algún kilo de mas, ciertos problemas intestinales y
estomacales y un par de granos producto del exceso de chocolate y grasas,
tenemos que contener el aliento y prepararnos para los encuentros en la segunda
fase, o sea, la nochevieja.
A mi me gustaban mucho las nocheviejas cuando salía de
jovencita hasta las ocho o las nueve de la mañana. Es verdad que pagabas un
pastón de los de antes por entrar a la misma discoteca a la que ibas siempre
pero con barra libre de garrafón, cotillón y los camareros vestidos de traje,
pero entonces merecía la pena. Días antes, mis amigas y yo comprobábamos entre
acojonadas e ilusionadas las previsiones meteorológicas para constatar que
seguramente, esa sería una de las noches más frías del año. Con varios días de antelación, las mercerías se llenaban de chicas comprando medias especiales con brillo o
algún toque de color, adornos para el pelo, guantes y otros complementos
glamourosos.
Recuerdo que salíamos con un vestido todo fashion típico de esas
fechas y que no se por qué, a pesar de estar en pleno invierno los hacen de
tirantes, si a esto le añades unos zapatos de tacón que no tienes costumbre de
llevar y que te aprietan en el dedo gordo y a las tres de la mañana ya no
sientes las plantas por las que a través de ellas y de las finas medias de
cristal que te has puesto para la ocasión, se te cuela todo el frío de las
calles heladas, terminábamos el conjunto con un abrigo chulísimo que se tenía
guardado para las salidas especiales y que invariablemente, o te lo quemaban en
el guardarropa o te tiraban la bebida encima. Quemadura que además, siempre
descubría mi madre al día siguiente:
- ¡Pues vaya quemadura que
tienes en el abrigo, te lo han destrozado, un abrigo nuevo!.
Tu la mirabas a través de los pegotes de rimel que te
emborronaste a toda prisa antes de meterte en la cama con síntomas de
congelación y caer en ese sopor instantáneo que se consigue cuando estás medio
cocida y que hace que te despiertes a las pocas horas con la lengua hinchada
por la sed y la cabeza dando golpecitos, para murmurar entre dientes:
-
Habrá sido en el ropero, no me he dado cuenta

Ahora ya no es lo mismo, la edad y el cinismo que esta conlleva, te hace
que el pagar un dineral por ir a un cotillón te parezca absurdo, el comprarte
un vestido especial una catetada y el volver a las nueve de la mañana hecha
migas un mal innecesario. Pues yo lo echo de menos. Esa, es la parte de la
navidad que más me gustaba, la más mágica para un adulto, la que vuelve el
mundo glamouroso por unas horas, la que durante unos instantes tras las
campanadas, cuando abrazo a las personas que tengo cerca y les deseo feliz año,
lo hago con sentimiento, deseándolo de verdad. Por si no nos vemos: UN ABRAZO
Y FELIZ AÑO NUEVO.