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lunes, 12 de diciembre de 2011

Cuentos de Navidad: Parte l

Parece que fue ayer cuando nos invadía como un manto de luz, color, villancicos y puestos de castañas asadas, la dulce navidad. Sin embargo, ya hace un año, que como en un exasperante e inacabable día de la marmota, se repitieron las mismas escenas con los mismos protagonistas, los mismos topicazos y las mismas mentiras de siempre. Y eso que todavía no nos hemos zambullido de lleno, pero espérate tu que avance esta semana que ya ya, acordaros de mi cuando abráis el correo o el facebook y esté inundado de frases empalagosas que te dedican personas a las que ni siquiera conoces...
Seguro que leyendo estos comentarios previos pensareis que soy un poco grinch, y aunque no vais desencaminados en lo esencial, lo cierto es que hay cosas de la navidad que me gustan, algunas incluso me gustan bastante, aunque muchas de ellas hace tiempo que no las experimento. Pero como aquí de lo que se trata es de sacar punta, quisiera analizar en este y próximos artículos, algunas de esas cosas que suceden en éstas entrañables fechas, hoy abriremos el fuego con la compra de los modelazos fiesteros.
Pues sí, llegamos al peliagudo momento en el que decido que me voy a comprar algunas prendas y/o modelis chulos para los días de salidas y entradas que se avecinan (recordemos que hace cuatro días que hemos cambiado el armario y entre lo que no me vale, lo que ya no me gusta y lo que tiro porque está viejo me he quedado con tres cosas) así que me encamino a las tiendas con la intención de no volver de vacío.
Como todo el mundo, yo tengo mis manías a la hora de comprarme ropa y de seguirlas, depende que llegue a casa de mejor o peor humor, por ejemplo: jamás entro en las tiendas pijas.
¿Qué entiendo yo por tiendas pijas? No, estáis equivocados si pensáis que me refiero a las tiendas de los grandes grandes como Prada o Dior, esas directamente ni las huelo; y no es porque no me gusten, que me gustan, es que soy realista y sensata y comprendo lo absurdo de comprarme un pañuelo de Prada que me va a costar tanto como el sofá de mi casa y que voy a tener que combinar con ropa del H&M que es la “boutique” que más frecuento. Además de una incoherencia es una ordinariez y un querer y no poder, así que directamente las borro de mi mente, no existen.
Las tiendas pijas a las que yo me refiero son esas boutiques normalmente pequeñas para dar sensación de pseudoexclusivas, que están decoradas como el salón de una casa (en ocasiones tienen hasta un sofá y una chimenea) y cuyos exhibidores con la ropa para el público consisten en un par de percheros de esos con ruedas, con tres (no es una forma de hablar, las cantidades son exactas) vestidos diferentes colgados, dos pantalones y una americana y doblados en las estanterías del mueble del “salón”, dos jerseys y un par de foulares.
Evidentemente la dependienta que en ocasiones suele ser también la dueña, espera detrás de un mostrador que imita a un escritorio isabelino (debido al escaso volumen de género la buena señora no tiene nada mejor que hacer) con el morro fruncido o cara de estar oliendo excrementos, que ya explicamos en el artículo anterior que es propia de la gente que se considera de clase superior aunque no lo sea. Pues yo ahí no entro. Primero porque no tienen tallas, segundo porque no tienen variedad, tercero porque no tienen espacio para que una mariposee por la tienda como es debido tocando y retocando y cuarto porque la gente que arruga el morro y yo no nos llevamos bien.
Tampoco entro en las tiendas que sin ser tan “exclusivas” como las anteriores, pretenden engancharte a través de la belleza. Me refiero no a la belleza de su ropa, sino a la de sus dependientas/es, que parecen sacados de un anuncio de colonia cara, es más, huelen así de bien. Los uniforman con trajes elegantes que les caen de maravilla y la longitud de una de sus piernas es la misma que la de mi envidia. En honor a la verdad diré que algunos de ellos son bastante agradables, incluso uno de una firma que no voy a mencionar por la publicidad y tal fue tremendamente amable además de extremadamente guapo, por lo que no sería justa si generalizara diciendo que te tratan todos mal o algo así. Es más, yo si es como en aquella ocasión que era una tienda masculina e iba a comprar un regalo, no suelo tenerlo en cuenta, pero reconozco que en las tiendas de ropa femenina si.
Las reglas del márketing y la mercadotecnia establecen claramente que un dependiente jamás debe hacerte sentir inferior, ya que de lo que se trata cuando uno se compra ropa es de que le suba el ego y la autoestima y esto si te atiende Claudia Schiffer es bastante difícil. Tu entras y la ves cruzar la tienda hacia ti a golpe de melena. Te lanza una mirada desdeñosa desde las alturas (te saca por lo menos 15 centímetros) y te pregunta:
-         ¿Puedo ayudarte en algo? – mientras te lanza una miradita disimulada de arriba a abajo sonriendo mientras sus ojos dicen: no, no puedo.
Después de un tímido cruce de preguntas y respuestas queda claro que para ti no hay nada que ella pueda ofrecerte, así que mejor me voy a las tiendas que me gustan que son esas grandes cadenas de tiendas de ropa que todos conocemos y que cuentan con enormes superficies y que están unas cerca de otras en las calles más céntricas de todas las ciudades.
En esas tiendas tienes kilómetros de percheros con prendas para mirar, el mismo modelo en distintos colores, precios asequibles, un diseño razonable y lo mas importante: todo el mundo pasa de ti. Por eso puedes probarte lo que te de la gana y reírte ( tú y en el probador) de ti misma y de cómo te queda una minifalda de pailettes, comprarte un vestido y si te encanta te lo llevas en negro, en rojo y en verde botella e incluso bromear en la caja con una de las dependientas que tiene 20 años menos que tu y luce un modelito tan imposible y recargado, que hace que doble impasible las dos camisetas de David Bowie y Ramones que llevas, la minifalda de pailettes que aunque te sienta como el culo te la llevas para un día ponértela en casa y echarte unas risas y el vestido negro en tres colores diferentes que dejan claro que es con el único que saldrás a la calle y mientras te cobra hace pompas de chicle con la boca abierta, y te comenta que están hasta arriba de curro y que la gente es una guarra porque se deja la ropa tirada en los probadores y que ayer se fue media hora mas tarde de su turno porque tuvo que ayudarle a doblar a su compañera de todo lo que tenían por ahí tirado, y te entrega la bolsa y te dice:
-         Gracias corazón. Como si fueses tu la veinteañera y ella la señora cuarentona que se niega a entrar en las tiendas pijas de señoronas.
Después de algo así, por ejemplo, me gusta tanto la navidad que camino a casa entro en un chino y compro una flor de pascua y unas bolitas.

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