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jueves, 1 de diciembre de 2011

Extraños en un tren

Desde hace aproximadamente diez años, vengo siendo usuaria habitual del tren. Cuando yo empecé a viajar, el tren en cuestión que tomaba, era el Alaris, tardaba en teoría tres horas y media en cubrir el trayecto (digo en teoría porque sufría de constantes retrasos y siempre en las fechas mas inoportunas) y se podía fumar en el asiento, aunque yo nunca lo hacía, prefería levantarme y ponerme a fumar en el espacio entre vagones y estirar las piernas o largarme directamente a la cafetería, donde pasaba casi todo el viaje.
Empecé a hartarme de mis idas y venidas en tren cuando prohibieron fumar o cuando yo lo dejé, que no se si fue antes el huevo o la gallina, pero el caso es que a partir de ahí, los viajes se me hacían eternos y terminaba con el culo cuadrao de tanto rato sentada, como vulgarmente se dice.
Ahora todo es mucho mejor porque con el AVE el tiempo se ha reducido a la mitad y cuando son viajes mas largos como el último a Córdoba, viajo con mi chico.
Para mí es mas agradable porque tengo alguien con quien hablar, comentar las incidencias del viaje y los reportajes de las revistas que es lo que hay que llevar cuando se viaja, algo entretenido que cuando te bajes, puedas dejarlo “olvidado” en el asiento. Para él, esto es bastante desesperante porque suele prepararse un kit de supervivencia compuesto por libraco, radio con auriculares, Ipad y todo lo necesario para aislarse del mundo, mientras que yo cargo con el “Cuore” y el “Qué me dices”, una bolsa de chuches y muchas ganas de hablar, como siempre.
El resultado final es varios intentos infructuosos de él por enfrascarse en el libro/película/música o todo lo que conlleve taponarse las orejas y enfocar toda su atención hacia el papel/pantalla/siesta, y varios intentos míos de sabotaje de dichas actividades, pongamos una interrupción cada 15 minutos hasta que un ruidoso suspiro y una mirada de advertencia, me indican que hasta ahí puedo tensar la goma, con lo cual me callo y me dedico a observar el panorama.
El tren en el que fuimos a Córdoba tarda 9,5 horas en cubrir todo el trayecto que es Barcelona-Málaga, y hace más paradas que la procesión del cristo de las siete caídas atravesando Albacete y Ciudad Real, con la consiguiente subida y bajada de pasajeros en cada estación.
No es por criticar, pero en cada parada de la inmensa llanura castellana, me venían a la cabeza tiernas escenas de películas inolvidables como “la ciudad no es para mi”o “Hay que educar a papá”, donde el inefable Paco Martínez Soria subía al tren con la gallina y la cesta.
En este caso y como los tiempos han cambiado, el atrezzo ha sido sustituido ligeramente y ocupan el lugar de la gallina enormes cajas de embutidos y/o fiambres, que digo yo que serán embutidos por las manchas de grasa que lleva la caja. Pues eso, estación de Valdepeñas, se bajan 12 personas y se suben otras tantas, normalmente parejas de matrimonios de mas de 60 años cada una de ellas cargada con la susodicha caja de quesos y chorizos. Ahora, billete en mano que suele llevar la mujer (recordemos que el hombre como macho ibérico que es carga con la caja de marras) proceso de buscar el asiento, no atino, que no llevo las gafas, venga María que hay gente detrás, conclusión: quédate atarantado diez minutos en medio del pasillo mientras descifras el número de asiento con diez pasajeros esperando avanzar. Una vez sentados y con la caja convenientemente subida a la bandeja portaequipajes, consiguen desfilar el resto hacia sus asientos, hasta que llega el momento de la última pareja.
Ella debe ser de las ricas del pueblo ya que va muy arreglada y peinada “de peluquería” luciendo el gesto ese de fruncir la nariz y el morrillo como si estuvieras oliendo excrementos tan propio de las clases altas, y él, lleva un abrigo “de los de paño bueno”, que diría mi abuela, y su propio periódico bajo el brazo, todo un signo de distinción y de ser amigo del cura y del alcalde.
El caso es que al llegar a sus asientos que casualmente estaban a continuación de los nuestros, los encuentran ocupados con una señora entrada en carnes en la que yo ya había reparado, ya que se había comido dos bocadillos sin respirar, uno que traía ella y otro que había ido a comprarse a la cafetería y después de comérselos, se había tumbado en los dos asientos a dormir la siesta con el culo orientado hacia nosotros y como no lo tenía precisamente pequeño, se le había bajado el pantalón hasta la mitad, dejando a la vista unas bragas enormes y de color indescriptible, a medio camino entre el blanco roto y el beige clarito (a saber si eran así cuando las compró).
El caso es que tuvieron que despertarla:
-  Perdone, estos son nuestros asientos.
La otra sigue durmiendo.
-¡ Oiga!– levantando el tono y dejando salir la choni que todas llevamos dentro– ¡que está sentada en nuestros asientos!
La dormida se levanta con el pelo revuelto, los mira desconcertada, recoge sus cosas sin mediar palabra y se traslada a otros asientos mas atrás.
- Sacude un poco el asiento, que está lleno de migas – le comenta la maquillada al marido con un poco de desprecio, antes de ocupar su buttaca.
Así habría quedado la cosa si en otra de las paradas, no hubiera sucedido exactamente lo mismo, una persona que le reclama el sitio a la dormida, esta que se levanta y recoge sus cosas y pasa hacia otro vagón comiéndose un tercer bocadillo y murmurando:
-   Jolín, ya me han cambiado de sitio dos veces...
¿Y el billete? ¿ Y el revisor? ¿Y esa forma de comer de manera compulsiva?, no lo sabemos. Esas preguntas quedaron sin respuesta. Pero el surrealismo no tiene fin y cuando fuimos a comer a la cafetería, la persona que atendía la barra durante el trayecto resultó ser mas vago que las mangas de un chaleco y no hacía mas que refunfuñar sobre lo cansado que estaba y el viaje tan malo que llevaba, incluso se puso a hablar por el móvil con su mujer quejándose de los pasajeros y sin preocuparle que le estuviéramos oyendo, tanto es así que después de comer le pedimos un café y salió del cubículo donde se había metido, resoplando y  haciendo aspavientos:
-         Es que estaba comiendo, pero no se preocupen que yo me quedo sin comer para ponerle a los señores el café, ya comeré mas tarde.

Yo me lo tomé con naturalidad tratando de no indignarme y decidí zanjar el asunto diciéndole  a mi churri en un aparte: - seguro que le ha cabreado la de las bragas de tanto pedirle bocatas y ahora hemos pagado nosotros el pato. Y como aún nos quedaban varias horas de viaje por delante, decidimos volver a nuestros asientos a la espera de nuevos acontecimientos...

2 comentarios:

  1. Me ha encantado !!! Espero nuevos capítulos de tus andanzas en tren !!!

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  2. Me ha encantado tu experiencia en tren, espero nuevos capítulos !!!

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