En esta semanas he tenido abandonado el palomar, lo se.
Pero he de decir, que ha sido por causas de fuerza mayor ya que los palomos, o
sea nosotros, hemos cambiado de nido.
Y aunque una no es la primera vez
que se muda, que ya tiene el culo pelao como los mandriles en lo que a cambiar
de domicilio se refiere (5 veces en 10 años), lo cierto es que cada mudanza es
única e intransferible en cuanto a comerte marrones.
Aprendes de la vez anterior, te
las prometes muy felices la próxima, y resulta que te surgen tres o cuatro
cosas que hacen de tu vida un infierno durante quince días mínimo.
He de reconocer que en esta
ocasión me lo está haciendo mas llevadero la cantidad de operarios que por
diversos motivos están desfilando por mi mudanza, como si de personajes
secundarios se trataran, oye y cada uno de su padre y de su madre. Todos ellos
han contribuido en mayor o menor medida, a hacer de este nuevo palomar, un nido
habitable, vaya pues para ellos en forma de artículo, mi sentido y emocionado
homenaje.

Dicho y hecho, el día en cuestión
se me presenta el susodicho con tres moros, me cobra la mitad, me dice que al
final le de la otra mitad a uno de los moros con pinta de intelectual
(gafapasta) que resulta que era el encargado y se pira, dejándome allí con los
tres mocetones.
Se pusieron como maquinas oye:
pim pam pim pam, cuando quise acordar me habían desmontado la casa y yo, me iba
moviendo torpemente de habitación en habitación para no molestarles. De vez en
cuando hablaban entre ellos en su idioma y se reían, supongo que comentando sus
cosas o riéndose de las mías descaradamente, que todo puede ser, conmigo sólo
se relacionaba el encargado, no se si porque no hablaban castellano o por el
tema de las jerarquías, y yo que soy muy respetuosa pues no les dije nada, a
ver si iban a incomodarse o algo.
Total que entre llevar y dejar
nos dieron las ocho de la tarde, todo el día juntos y sin apenas hablarnos, con
lo que soy yo y el juego que me habrían dado, la receta del cous cous se la
saco seguro, pero no pudo ser.
Días después me vino el de Ono,
que era o alemán o polaco o algo así: rubio, alto, armario de dos cuerpos y
fuerte acento. Además, al principio venía en un plan bastante borde, sin querer
tirarme un cable hasta el estudio, ya ves tu que mas le dará a el, pues que no,
que en el traslado gratuito solo entraba una instalación; lo dicho alemán. Lo
que pasa es que al final, le di pena porque me puse a contarle mis desventuras
con la nueva casa (yo estaba en ese momento con necesidad de terapia y le
contaba mis cuitas a cualquiera) y el hombre me comentó que no hacía falta
poner nada, salvo si tenía la televisión con Ono también.
Después vino el chiquillo del
plus, producto nacional, joven aunque sobradamente preparado, desinhibido y
hablando con soltura como si nos conociéramos de algo, también le toco al pobre
cambiar alguna clavija mas de la prevista, donde hay confianza da asco.
El que vino a arreglar el parquet
ya era harina de otro costal, un señor mayor con mas conchas que un galápago y
la lengua muy suelta, me largó información privilegiada de la reparación por la
que le estaré eternamente agradecida y molestó lo justito, lo cual siempre es
de agradecer.
Y los últimos a los que he
recibido (de momento) han sido a los de la lavadora, oye simpatiquísimos.

Me olvidaba del fontanero, con
este me volvió un poco la autoestima porque era bastante mayor que yo, así que
me llamaba de tu y yo tan contenta, sintiéndome joven otra vez.
Ahora me tiene que venir el
electricista a quitarme las lámparas y arreglarme algún plomo fundido, así que
ya tengo la tarde apañada para mañana.
Espero tardar mucho tiempo en recibir a tantos extraños en casa, y si ha
de ser, que vengan a reformarla porque me ha tocado la primitiva y por fin, puedo
poner en ella lo que me de la gana de verdad, Dios me oiga.
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