VISITAS

lunes, 12 de marzo de 2012

Todos los hombres de mi mudanza

En esta semanas he tenido abandonado el palomar, lo se. Pero he de decir, que ha sido por causas de fuerza mayor ya que los palomos, o sea nosotros, hemos cambiado de nido.
Y aunque una no es la primera vez que se muda, que ya tiene el culo pelao como los mandriles en lo que a cambiar de domicilio se refiere (5 veces en 10 años), lo cierto es que cada mudanza es única e intransferible en cuanto a comerte marrones.
Aprendes de la vez anterior, te las prometes muy felices la próxima, y resulta que te surgen tres o cuatro cosas que hacen de tu vida un infierno durante quince días mínimo.
He de reconocer que en esta ocasión me lo está haciendo mas llevadero la cantidad de operarios que por diversos motivos están desfilando por mi mudanza, como si de personajes secundarios se trataran, oye y cada uno de su padre y de su madre. Todos ellos han contribuido en mayor o menor medida, a hacer de este nuevo palomar, un nido habitable, vaya pues para ellos en forma de artículo, mi sentido y emocionado homenaje.
Para la mudanza en si, se me apareció la virgen en forma de empresa baratísima cuyo gerente o propietario (ni lo se ni me importa ya que se limito a venir, poner el cazo y marcharse) me garantizó que yo lo único que tendría que hacer durante el proceso, sería meterme las manos en los bolsillos y mirar como trabajaban sus chicos, amén.
Dicho y hecho, el día en cuestión se me presenta el susodicho con tres moros, me cobra la mitad, me dice que al final le de la otra mitad a uno de los moros con pinta de intelectual (gafapasta) que resulta que era el encargado y se pira, dejándome allí con los tres mocetones.
Se pusieron como maquinas oye: pim pam pim pam, cuando quise acordar me habían desmontado la casa y yo, me iba moviendo torpemente de habitación en habitación para no molestarles. De vez en cuando hablaban entre ellos en su idioma y se reían, supongo que comentando sus cosas o riéndose de las mías descaradamente, que todo puede ser, conmigo sólo se relacionaba el encargado, no se si porque no hablaban castellano o por el tema de las jerarquías, y yo que soy muy respetuosa pues no les dije nada, a ver si iban a incomodarse o algo.
Total que entre llevar y dejar nos dieron las ocho de la tarde, todo el día juntos y sin apenas hablarnos, con lo que soy yo y el juego que me habrían dado, la receta del cous cous se la saco seguro, pero no pudo ser.
Días después me vino el de Ono, que era o alemán o polaco o algo así: rubio, alto, armario de dos cuerpos y fuerte acento. Además, al principio venía en un plan bastante borde, sin querer tirarme un cable hasta el estudio, ya ves tu que mas le dará a el, pues que no, que en el traslado gratuito solo entraba una instalación; lo dicho alemán. Lo que pasa es que al final, le di pena porque me puse a contarle mis desventuras con la nueva casa (yo estaba en ese momento con necesidad de terapia y le contaba mis cuitas a cualquiera) y el hombre me comentó que no hacía falta poner nada, salvo si tenía la televisión con Ono también.
Después vino el chiquillo del plus, producto nacional, joven aunque sobradamente preparado, desinhibido y hablando con soltura como si nos conociéramos de algo, también le toco al pobre cambiar alguna clavija mas de la prevista, donde hay confianza da asco.
El que vino a arreglar el parquet ya era harina de otro costal, un señor mayor con mas conchas que un galápago y la lengua muy suelta, me largó información privilegiada de la reparación por la que le estaré eternamente agradecida y molestó lo justito, lo cual siempre es de agradecer.
Y los últimos a los que he recibido (de momento) han sido a los de la lavadora, oye simpatiquísimos.
Yo pretendía dejarlos a su rollo y vigilarles discretamente mientras limpiaba el polvo o algo, no me gusta ser de esas que se quedan ahí delante como un aguilucho por si le roban la cubertería del Ikea, y tampoco me gusta que se piensen que quieres de ellos algo más que no sea que te dejen la nueva y retiren la vieja, pero nuevamente, la mala fortuna se alió conmigo en forma de nuevo contratiempo y tuvimos que charlar un poco, yo volví a contarles mis penas y ellos se compadecieron como corresponde, pasamos un rato muy ameno charlando de esto y aquello y sólo consiguieron ofenderme levemente con su manía de llamarme “señora” en una especie de tono chillón, como si estuviera sorda y que me hacía sentir como si llevara puesta una bata de guatiné, y os juro que no, que iba yo muy moderna e informal, de estar en casa pero con ropa de persona joven , volvieron al día siguiente pero ya no hubo oportunidad porque todo salió perfecto y tardaron un suspiro en conectarme el aparato.
Me olvidaba del fontanero, con este me volvió un poco la autoestima porque era bastante mayor que yo, así que me llamaba de tu y yo tan contenta, sintiéndome joven otra vez.
Ahora me tiene que venir el electricista a quitarme las lámparas y arreglarme algún plomo fundido, así que ya tengo la tarde apañada para mañana.
Espero tardar mucho tiempo en recibir a tantos extraños en casa, y si ha de ser, que vengan a reformarla porque me ha tocado la primitiva y por fin, puedo poner en ella lo que me de la gana de verdad, Dios me oiga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Contribuyentes